viernes, 22 de junio de 2007

Escribo

Ayer le escribí a una amiga contándole lo difícil que resulta escribir o hablar de paz. Las palabras se desvanecen, pierden peso cuando son otros los que no la tienen. Pero yo también estoy sufriendo, y sé que no es gratuitamente. No hay una sola cosa en este mundo que no pueda ser explicada. ¿Quién soy yo? ¿Qué hago en este mundo? ¿Para qué y por qué cosas vivo? ¿Daría la vida por mi patria? No, daría la vida por evitarlo. ¿Daría la vida por otro ser humano? Sí, si es que ese ser humano está condenado a un sufrimiento que parece no tener causas. Es sentido común, o recurrir a un lenguaje común de entendimiento. La paz no se puede conceptualizar. Primero debemos pedirla y después exigirla, y exigirles a otros que nos acompañen para lograrlo. Unos días atrás leí en La Nación que Tony Blair estaría dispuesto a servir de intermediario en el conflicto en la zona fronteriza de Gaza. Thank you, brother, es una actitud y un gesto que demuestra mucho coraje, y que me impulsa a no bajar los brazos, y a brindarte todo lo que necesités para que de una vez por todas podamos lograrlo.
Uno quisiera estar en todos lados para resolver las cosas que nos afligen y nos indignan. Gracias por recordarme que no estoy solo en este mundo, que allá estás vos y que mi dolor te duele tanto o más que lo que yo puedo decir de él, y gracias por recordarme que lo tengo a Dios, y que no tenga prejuicios o temor en pedirle lo que necesito. Sé que sabés que siempre evité imaginarte porque siempre pensé que tu imagen es idéntica a la de mis semejantes. Lo sé, sé que siempre lo supiste, sé que mi dolor quizás nunca desaparezca, que probablemente vuelva como a veces vuelven las hojas de los árboles en un otoño desolado. ¿Te das cuenta? No pido por mí, no tengo el valor para eso. La abuela se levantaba todas las mañanas a las cinco y media de la madrugada para rezar su Rosario; pedía por sus nietos, por su salud, por su educación, por esos privilegios, y eso lo sé porque ella pudo contármelo; pero siempre que me levantaba para ir al baño la escuchaba hablar con los muertos, nombrando nombres lejanos, que para mi sorpresa y nunca para la de ella habían fallecido hacía ya más de cincuenta años. Yo no me quedaba despierto, por supuesto, pero cuando me levantaba le preguntaba por qué nombraba a personas que ni siquiera conocía y que ellos jamás podrían escucharla. Ella me miraba, era una persona distante, vos ya sabés, fría, escurridiza, y con una sonrisa me contestaba que ya tendría la edad suficiente para comprenderlo.
En estos días se dijeron tantas estupideces, se habló con tanta sin razón, con tanta inútil soberbia, que, curiosamente, eso me dio fuerzas para no bajar los brazos. No es una cuestión de edad, te lo aseguro; ni se trata de si mi inteligencia tiene el caudal de mis agallas; no, no vine a eso, no vine a llorar mis lamentos; no, hay mucha gente que lucha por nuestro presente y que todos los días intenta modificarlo, y eso es más que suficiente para seguir adelante.